23/09/2019
Reflexión de concentración
Esto nos permite deducir que si
pensamos en la propiedad como la capacidad mental del individuo para distinguir
entre lo suyo y lo mío, y reclamar lo suyo, la propiedad surge –dice Lepage
citando a Jean Canonne-, desde el momento en que “la culminación de la
estructura de su cerebro permitió al hombre superar el mero instante para
imaginar el futuro y ponerlo en relación
con las vivencias de su pasado”.
En la Antigüedad, en la Baja
Mesopotamia los particulares disponían con toda libertad de sus casas y
jardines.
En Egipto se mantenía el
principio de que todas las tierras y los instrumentos pertenecían al faraón; la
propiedad era un monopolio estatal similar a los regímenes que conocieron en
otras épocas ciertas civilizaciones como el
imperio de los Incas o la India antigua.
Los pueblos griegos estaban
poblados de agricultores libres, propietarios de sus tierras.
En Roma, desde tiempos muy
antiguos existía la propiedad personal,
atributo del jefe de la familia, paralela a la propiedad colectiva, del grupo más amplio, la gens.
Sin embargo, siempre se observan
muestras de propiedad privada, con períodos de avance y retroceso.
La evolución está lejos de ser
rectilínea; cada época conoce simultáneamente varios tipos de propiedad.
Las teorías que sostienen que la
historia de la propiedad privada cumple etapas determinadas en una especie de
evolución lineal que, desde un comunismo inicial conduciría a formas de
propiedad privada, tal como existe hoy en día, son más bien una leyenda.
Se trata, dice Lepage, “de un
puro mito del que han sido víctimas
desde el siglo pasado generaciones de etnólogos y de sociólogos,
preocupados en exceso por atribuir a las sociedades objeto de su estudio
aquellas virtudes de las que, en su opinión, carecía la sociedad”.
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