martes, 1 de octubre de 2019

23/09/2019


23/09/2019
Reflexión de concentración
Esto nos permite deducir que si pensamos en la propiedad como la capacidad mental del individuo para distinguir entre lo suyo y lo mío, y reclamar lo suyo, la propiedad surge –dice Lepage citando a Jean Canonne-, desde el momento en que “la culminación de la estructura de su cerebro permitió al hombre superar el mero instante para imaginar el  futuro y ponerlo en relación con las vivencias de su pasado”.
En la Antigüedad, en la Baja Mesopotamia los particulares disponían con toda libertad de sus casas y jardines.
En Egipto se mantenía el principio de que todas las tierras y los instrumentos pertenecían al faraón; la propiedad era un monopolio estatal similar a los regímenes que conocieron en otras épocas ciertas civilizaciones como el  imperio de los Incas o la India antigua.
Los pueblos griegos estaban poblados de agricultores libres, propietarios de sus tierras.
En Roma, desde tiempos muy antiguos  existía la propiedad personal, atributo del jefe de la familia, paralela a la propiedad  colectiva, del grupo más amplio, la gens.
Sin embargo, siempre se observan muestras de propiedad privada, con períodos de avance y retroceso.
La evolución está lejos de ser rectilínea; cada época conoce simultáneamente varios tipos de propiedad.
Las teorías que sostienen que la historia de la propiedad privada cumple etapas determinadas en una especie de evolución lineal que, desde un comunismo inicial conduciría a formas de propiedad privada, tal como existe hoy en día, son más bien una leyenda.
Se trata, dice Lepage, “de un puro mito del que han sido víctimas  desde el siglo pasado generaciones de etnólogos y de sociólogos, preocupados en exceso por atribuir a las sociedades objeto de su estudio aquellas virtudes de las que, en su opinión, carecía la sociedad”.

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